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Aquí los post de llegada o viaje.

Cruza el umbral de la puerta. Dos estatuas de dragón flanquean la entrada. Parecen mirarle, puesto que sus ojos son de color ambar, diferente de la fría piedra que compone su cuerpo.

El salón es muy amplio y majuestuoso, aunque frío. Desde dicha entrada y a través de puertas cerrdas, supone se puede acceder a otras zona de la entrada, pero algo le dice que están vetadas para él. Justo enfrente suyo, al fondo, unas amplias escaleras que ascienden. En el centro, de nuevo, otra armadura.

Esta armadua era violácea, con forma de dragón de dos cabezas. El cosmos que despedía era increíble, aunque incompleto.

- ¿Soy el único que acude a la llamada? ¿Y los demás?

Pega un respingo al sentir una respuesta en su cabeza. De alguna manera, le había leído el pensamiento.

Citación :

Esperamos a nuestro portador... Eres bienvenido Caballero Eta de Asgard. La Lyra puede pasar.

Sube las escaleras y se encuentra frente a otra puerta. Magníficamente tallada, cruje ligeramente al ser abierta.

Sabe que ya ha llegado...

Sale de las puertas con el corazón a punto de estallar en su interior. Acababa de ver a su reina y le había encomendado una misión...
Se sentía honrado. Debía hacerlo lo mejor posible, ya que no podría soportar ver una cara de desilusión en aquel rostro o admitir que le había fallado. La adoraba.

Las puertas crujen sobre sus goznes de nuevo al ser cerradas tras de sí. Baja la escalera. El dragón de dos cabezas está en la misma posición, pero no nota actividd cósmica en él.

- Ahora no nota a un intruso que se acerque a la reina... - piensa.

Sale del salon de entrada y se dirige hacia Londres Moscú...

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Abre las puertas del palacio de Valhalla. La entrada está sobria e iluminada como siempre y también como siempre, el poderoso guardián del dragón que custodía el aceso a la reina.

Citación :

- Bienvenido caballero de Lyra. Puedes pasar.

Sube las escaleras. Al llegar al umbral respira profundo y se mira.

Su armadura brilla en su habitual destello escarlata, pero las ropas blancas de debajo de ésta se encuentran manchadas de sangre, rotas y quemadas en algunos trozos.
Su rostro está cubierto de hollín y sudado y de repente, al recordar a su reina se siente indigno y avergonzado al presentarse así.

Pronto desdeña esa idea. El mensaje que portaba era de suma importancia y no podía esperar por muchas normas de protocolo que hubiesen.

Apoya la mano sobre el pomo de la puerta y pica antes de entrar. Los goznes crujen antes de dejar paso a Mynn al interior del corazón del palacio. Su reina le esperaba...

Baja las escaleras lentamente. Como si quisiese retrasar lo que tenía que hacer el máximo tiempo posible. Su mente se pasea por el combate con Arhaël.
Quizá debería enfrentarse de nuevo a él... y esta vez no tendría razones para explicarle... ¿Cómo le miraría a la cara?

Cruza al lado de la armadura el dragón de dos cabezas.

Mynn tenía acceso al santuario gracias al permiso del caballero de oro, pero no pensaba utilizarlo. Sería indigno. Atacaría al Santuario, sí, pero lo haría como el intruso que era, no como un vulgar traidor.

Apoya sus manos en la puerta y las abre. El viento azota su dorado cabello mientras inicia el descenso por la angosta escalera del acantilado.

Atraviesa las puertas y justo cuando las abre, se encuentra un mesa a mano izquierda. Sobre ella descansaba un atuendo blanco, similar al ropaje que llevaba debajo de la armadura durante sus luchas.
Supone que es para él. Se quita la empapada y helada sábana que cubre su cuerpo y la coloca cuidadosamente en el lugar del ropaje.
Aterido de frío, siente alivio al ponerse el atuendo blanco. Es ajustado y elástico y se adapta perfectamente a su fibrado cuerpo.

- Gracias - dice al vacío.

Después, más presentable, se dirige a las escaleras que le darán paso a la zona de audiencias de Hilda.

Un escalón, dos, tres… Parece que se moviese a cámara lenta. El corazón se le acelera ante las mil posibilidades de lo que ahora encontraría.

- Aaaah - gime sin llegar a gritar.

Nota un terrible cosmos negro procedente del Santuario. Era la energía del mundo de los espectros.

- ¡Hades! - grita apretando los dientes - Y Syd y Arhaël están allí.

Ya no tenía dudas. Cumpliría con el destino que las Parcas le tuvieran decidido, pero no podía perder más tiempo.
Llega junto a las puertas y las abre de un enérgico empujón. Las puertas crujen sobre sus goznes al ser abiertas…

Baja las escaleras arrastrando la mano por la helada barandilla. No hay rastro de vida en la sala.

- Todo está vacío...

Se siente abandonado y perdido. ¿Cómo puede seguir adelante un caballero sagrado que está perdiendo su fe en su reina e incluso la fe en sí mismo?

Se acerca a la puerta, donde puede ver que descansa la vacía armadura del dragón. Se atreve a acariciarla con suavidad y le viene a la cabeza su armadura escarlata.

A pesar de que estuvo con ella poco tiempo, era como si siempre hubiese formado parte de él. Estaban predestinados y ahora que no la tenía se sentía desnudo.

- Frágil por fuera... frágil por dentro... No debo caer...

Una vez en el interior del recibidor del palacio, mira encima de la mesa en la que habían puesto las ropas blancas que ahora llevaba, la misma en la que había dejado el trozo de bandera que había utilizado para vestirse precariamente en su última visita a Hilda. El harapo había desaparecido.

Sin pensar en nada más, toma una larga bocanada de aire y sube las escaleras que desembocan ante el salón de conferencias de la valkiria que gobernaba Asgard en el nombre de su dios, Odin.

- Hilda, Dama Blanca... ¿Me recibirás ahora?

Nota como la puerta se cierra a sus espaldas tras salir del salón de conferencias. Siente alivio al dejar de sentir esa poderosa presencia que era su reina. Toma aliento y se dirige hacia las escaleras que le llevarán al vestíbulo del castillo y después al exterior.

- No hay tiempo que perder. - piensa acelerando el paso, pero sin llegar a correr. No quiere estorbar en la paz del interior del sagrado recinto.

Cuando está a punto de llegar a la puerta se encuentra con la armadura del dragón de dos cabezas que lo mira fijamente. Mynn observa su lira y su desprotegido cuerpo. Cuando vuelve a alzar la vista hacia el dragón le parece que le reta a rendirse.

- ¿De qué sirve luchar sabiendo que lo más probable es que mueras?

Mynn acaricia las cuerdas de su arpa un momento y siente que el acorde sacado le da fuerzas cuando comprende que eso era lo que debía hacer, aunque fuese una causa perdida.

- Siempre tendré esperanza, aunque ésta siempre haya de verse frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción…

Con una renovada energía, se dirige hacia el exterior del castillo.